[b]1. LA CAÍDA DE LUCIFER
EN EL CIELO, antes de su rebelión, Lucifer era un ángel honrado y excelso, cuyo honor
seguía al del amado Hijo de Dios. Su semblante, así como el de los demás ángeles, era
apacible y denotaba felicidad. Su frente alta y espaciosa indicaba su poderosa inteligencia.
Su forma era perfecta; su porte Noble y majestuoso. Una luz especial resplandecía sobre su
rostro y brillaba a su alrededor con más fulgor y hermosura que en los demás ángeles. Sin
embargo, Cristo, el amado Hijo de Dios, tenía la preeminencia sobre todas las huestes
angélicas. Era uno con el Padre antes que los ángeles fueran creados. Lucifer tuvo envidia
de él y gradualmente asumió la autoridad que le correspondía sólo a Cristo.
El gran Creador convocó a las huestes celestiales para conferir honra especial a su Hijo en
presencia de todos los ángeles. Este estaba sentado en el trono con el Padre, con la multitud
celestial de santos ángeles reunida a su alrededor. Entonces el Padre hizo saber que había
ordenado que Cristo, su Hijo, fuera igual a él; de modo que doquiera estuviese su Hijo,
estaría él mismo también. La palabra del Hijo debería obedecerse tan prontamente como la
del Padre. Este había sido investido de la autoridad de comandar las huestes angélicas.
Debía obrar especialmente en unión con él en el proyecto de creación de la tierra y de todo
ser viviente que habría de existir en ella. Ejecutaría su voluntad. 14 No haría nada por sí
mismo. La voluntad del Padre se cumpliría en él.
Lucifer estaba envidioso y tenía celos de Jesucristo. No obstante, cuando todos los ángeles
se inclinaron ante él para reconocer su supremacía, gran autoridad y derecho de gobernar, se
inclinó con ellos, pero su corazón estaba lleno de envidia y odio. Cristo formaba parte del
consejo especial de Dios para considerar sus planes, mientras Lucifer los desconocía. No
comprendía, ni se le permitía conocer los propósitos de Dios. En cambio Cristo era
reconocido como Soberano del Cielo, con poder y autoridad iguales a los de Dios. Lucifer
creyó que él era favorito en el cielo entre los ángeles. Había sido sumamente exaltado, pero
eso no despertó en él ni gratitud ni alabanzas a su Creador. Aspiraba llegar a la altura de
Dios mismo. Se glorificaba en su propia exaltación. Sabía que los ángeles lo honraban.
Tenía una misión especial que cumplir. Había estado cerca del gran Creador y los
persistentes rayos de la gloriosa luz que rodeaban al Dios eterno habían resplandecido
especialmente sobre él. Pensó en cómo los ángeles habían obedecido sus órdenes con
placentera celeridad. ¿No eran sus vestiduras brillantes y hermosas? ¿Por qué había que
honrar a Cristo más que a él?
Salió de la presencia del Padre descontento y lleno de envidia contra Jesucristo. Congregó a
las huestes angélicas, disimulando sus verdaderos propósitos, y les presentó su tema, que
era él mismo. Como quien ha sido agraviado, se refirió a la preferencia que Dios había
manifestado hacia Jesús postergándolo a él. Les dijo que de allí en adelante toda la dulce
libertad de que habían disfrutado los ángeles llegaría a su fin. ¿Acaso no se les había 15
puesto un gobernador, a quien de allí en adelante debían tributar honor servil? Les declaró
que él los había congregado para asegurarles que no soportaría más esa invasión de sus
derechos y los de ellos: que nunca más se inclinaría ante Cristo; que tomaría para sí la honra
que debiera habérsele conferido, y sería el caudillo de todos los que estuvieran dispuestos a
seguirlo y a obedecer su voz.
Hubo discusión entre los ángeles. Lucifer y sus seguidores luchaban para reformar el
gobierno de Dios. Estaban descontentos y se sentían infelices porque no podían indagar en
su inescrutable sabiduría ni averiguar sus propósitos al exaltar a su Hijo y dotarlo de poder
y mando ilimitados. Se rebelaron contra la autoridad del Hijo.
Los ángeles leales trataron de reconciliar con la voluntad de su Creador a ese poderoso
ángel rebelde. Justificaron el acto de Dios al honrar a Cristo, y con poderosos argumentos
trataron de convencer a Lucifer de que no tenía entonces menos honra que la que había
tenido antes que el Padre proclamara el honor que había conferido a su Hijo. Le mostraron
claramente que Cristo era el hijo de Dios, que existía con él antes que los ángeles fueran
creados, y que siempre había estado a la diestra del Padre, sin que su tierna y amorosa
autoridad hubiese sido puesta en tela de juicio hasta ese momento; y que no había dado
orden alguna que no fuera ejecutada con gozo por la hueste angélica. Argumentaron que el
hecho de que Cristo recibiera honores especiales de parte del Padre en presencia de los
ángeles no disminuía la honra que Lucifer había recibido hasta entonces. Los ángeles
lloraron. Ansiosamente intentaron convencerlo de que renunciara a su propósito malvado
para someterse a su Creador, pues todo había sido hasta entonces paz y armonía, y 16 ¿qué
era lo que podía incitar esa voz rebelde y disidente?
Lucifer no quiso escucharlos. Se apartó entonces de los ángeles leales acusándolos de
servilismo. Estos se asombraron al ver que Lucifer tenía éxito en sus esfuerzos por incitar a
la rebelión. Les prometió un nuevo gobierno, mejor que el que tenían entonces, en el que
todo sería libertad. Muchísimos expresaron su propósito de aceptarlo como su dirigente y
comandante en jefe. Cuando vio que sus propuestas tenían éxito, se vanaglorió de que
podría llegar a tener a todos los ángeles de su lado, que sería igual a Dios mismo, y su voz
llena de autoridad sería escuchada al dar órdenes a toda la hueste celestial. Los ángeles
leales le advirtieron nuevamente y le aseguraron cuáles serían las consecuencias si persistía,
pues el que había creado a los ángeles tenía poder para despojarlos de toda autoridad y, de
una manera señalada, castigar su audacia y su terrible rebelión. ¡Pensar que un ángel se
opuso a la ley de Dios que es tan sagrada como él mismo! Exhortaron a los rebeldes a que
cerraran sus oídos a los razonamientos engañosos de Lucifer, y le aconsejaron a él y a
cuantos habían caído bajo su influencia que volvieran a Dios y confesaran el error de haber
permitido siquiera el pensamiento de objetar su autoridad.
Muchos de los simpatizantes de Lucifer se mostraron dispuestos a escuchar el consejo de
los ángeles leales y arrepentirse de su descontento para recobrar la confianza del Padre y su
amado Hijo. El poderoso rebelde declaró entonces que conocía la ley de Dios, y que si se
sometía a la obediencia servil se lo despojaría de su honra y nunca más se le confiaría su
excelsa misión. Les dijo que tanto él como ellos habían ido demasiado lejos como para 17
volver atrás, y que estaba dispuesto a afrontar las consecuencias, pues jamás se postraría
para adorar servilmente al Hijo de Dios; que el Señor no los perdonaría, y que tenían que
reafirmar su libertad y conquistar por la fuerza el puesto y la autoridad que no se les había
concedido voluntariamente.*
Los ángeles leales se apresuraron, a llegar hasta el Hijo de Dios y le comunicaron lo que
ocurría entre los ángeles. Encontraron al Padre en consulta con su amado Hijo para
determinar los medios por los cuales, por el bien de los ángeles leales, pondrían fin para
siempre a la autoridad que había asumido Satanás. El gran Dios podría haber expulsado
inmediatamente del cielo a este archiengañador, pero ese no era su propósito. Daría a los
rebeldes una justa oportunidad para que midieran su fuerza con su propio Hijo y sus ángeles
leales. En esa batalla cada ángel elegiría su propio bando y lo pondría de manifiesto ante
todos. No hubiera sido conveniente permitir que permaneciera en el cielo ninguno de los
que se habían unido con Satanás en su rebelión. Habían aprendido la lección de la genuina
rebelión contra la inmutable ley de Dios, y eso es irremediable. Si Dios hubiera ejercido su
poder para castigar a este jefe rebelde, los ángeles subversivos no se habrían puesto en
evidencia; por eso Dios siguió otro camino, pues quería manifestar definidamente a toda la
hueste celestial su justicia y su juicio.
Guerra en el cielo
Rebelarse contra el gobierno de Dios era un crimen enorme. Todo el cielo parecía estar en
conmoción. Los ángeles se ordenaron en compañías; 18 cada división tenía un ángel
comandante al frente. Satanás estaba combatiendo contra la ley de Dios por su ambición de
exaltarse a sí mismo y no someterse a la autoridad del Hijo de Dios, el gran comandante
celestial.
Se convocó a toda la hueste angélica para que compareciera ante el Padre, a fin de que cada
caso quedase decidido. Satanás manifestó con osadía su descontento porque Cristo había
sido preferido antes que él. Se puso de pie orgullosamente y sostuvo que debía ser igual a
Dios y participar en los concilios con el Padre y comprender sus propósitos. El Señor
informó a Satanás que sólo revelaría sus secretos designios a su Hijo, y que requería que
toda la familia celestial, incluido Satanás, le rindiera una obediencia absoluta e
incuestionable; pero que él (Satanás) había demostrado que no merecía ocupar un lugar en
el cielo. Entonces el enemigo señaló con regocijo a sus simpatizantes, que eran cerca de la
mitad de los ángeles y exclamó: "¡Ellos están conmigo! ¿Los expulsarás también y dejarás
semejante vacío en el cielo?" Declaró entonces que estaba preparado para hacer frente a la
autoridad de Cristo y defender su lugar en el cielo por la fuerza de su poder, fuerza contra
fuerza.
Los ángeles buenos lloraron al escuchar las palabras de Satanás y sus alborozadas
jactancias. Dios afirmó que los rebeldes no podían permanecer más tiempo en el cielo.
Ocupaban esa posición elevada y feliz con la condición de obedecer la ley que Dios había
dado para gobernar a los seres de inteligencia superior. Pero no se había hecho ninguna
provisión para salvar a los que se atrevieran a tansgredirla. Satanás se envalentonó en su
rebelión y expresó su desprecio por la ley del Creador. No la podía soportar. Afirmó que los
ángeles no necesitaban ley y 19 que debían ser libres para seguir su propia voluntad, que
siempre los guiaría con rectitud; que la ley era una restricción de su libertad; y que su
abolición era uno de los grandes objetivos de su subversión. La condición de los ángeles,
según él, debía mejorar. Pero Dios, que había promulgado las leyes y las había hecho
iguales a sí mismo, no pensaba así. La felicidad de la hueste angélica dependía de su
perfecta obediencia a la ley. Cada cual tenía una tarea especial que cumplir, y hasta el
momento cuando Satanás se rebeló, había existido perfecto orden y armonía en las alturas.
Entonces hubo guerra en el cielo. El Hijo de Dios, el Príncipe celestial y sus ángeles leales
entraron en conflicto con el archirrebelde y los que se le unieron. El Hijo de Dios y los
ángeles fieles prevalecieron, y Satanás y sus seguidores fueron expulsados del cielo. Toda la
hueste celestial reconoció y adoró al Dios de justicia. Ni un vestigio de rebeldía quedó en el
cielo. Todo volvió a ser pacífico y armonioso como antes. Los ángeles lamentaron la suerte
de los que habían sido sus compañeros de felicidad y bienaventuranza. El cielo sintió su
pérdida.
El Padre consultó con el Hijo con respecto a la ejecución inmediata de su propósito de crear
al hombre para que habitara la tierra. Lo sometería a prueba para verificar su lealtad antes
que se lo pudiera considerar eternamente fuera de peligro. Si soportaba la prueba a la cual
Dios creía conveniente someterlo, con el tiempo llegaría a ser igual a los ángeles. Tendría el
favor de Dios, podía conversar con ellos y éstos con él. Dios no creyó conveniente ponerlos
fuera del alcance de la desobediencia.
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